Este cuento lo escribí después de un incidente callejero donde un hombre empezó a agredirnos sin sentido por haberlo "mirado"
Un acontecimiento extraño estaba a punto de suceder, algo sin comprender, una acción de una maldad incomprensible.
Estaba parado en la calle pacíficamente, quizás sin imaginarse la gravedad de lo que se le venía. Era una noche tranquila, la ciudad festejaba pacíficamente… De repente… sucedió, sin previo aviso, alguien –un desprevenido transeúnte- dirigió una mirada desatenta al individuo parado en la calle. No era algo de poca trascendencia como la amenaza de muerte, esta circunstancia era lo suficientemente grave que, de haberse hecho semejante infamia al presidente se habría decretado inmediatamente un estado de excepción citándose a un acuartelamiento a los miembros del ejército nacional, fiel defensor de los derechos humanos quienes habrían solucionando esa vulneración al derecho a no ser mirado de la mejor manera posible.
El individuo parado inicialmente no alcanzó a comprender lo que sucedía, el impacto de la mirada del transeúnte había traspasado de tal manera su espíritu, que tardó en comprender la gravedad del acontecimiento. La dolorosa mirada dirigida sin atención entró en el interior de nuestro individuo peor que una bala perdida que se ha originado en las “patrióticas” acciones de las guerrillas que logran la justicia social atacando poblaciones pobres para desaparecerlas del mapa. La bala de la mirada lo traspasó, lo hirió, poco a poco la sorpresa y la lentitud para reaccionar ocasionadas por la herida se dio cuenta de la gravedad del acontecimiento; devolviendo la mirada asesina al desprevenido transeúnte. No era únicamente un gesto simplemente despectivo por la mirada de nuestro amigo transeúnte… era una respuesta atroz, definida y fuerte frente a la tortura visual que había sufrido. Cuando, recuperado del aturdimiento del impacto, pudo soltar unas palabras con justa razón le dijo al desprevenido transeúnte, quien ni siquiera se había percatado concientemente de la presencia de nuestro ofendido: -“Ah gonorreíta, se le perdió uno igual…” “Váyase a mirar a la puta madre que lo parió”. Estas afirmaciones podrán escandalizar al lector pero son comprensibles por la gravedad de la mirada del transeúnte…, semejante agresión solamente tuvo una pobre respuesta, las palabras eran insuficientes…
Nuestro transeúnte lentamente se empezó a percatar de la gravedad de lo sucedido, mientras el ofendido continuaba diciendo sus frases, que a falta de palabras para expresar la indignación, apenas alcanzaban a ser elogios para la gravedad del acto. El transeúnte también se encontraba consternado porque, ni siquiera, podía comprender qué había hecho para encender la ira más profunda de nuestro ofendido. El transeúnte pacíficamente aunque con cierta ironía preguntó: “¿Acaso está prohibido abrir los ojos?” Y nuestro ofendido contestó como tratando de sacar todo el veneno que todavía permanecía en su mente turbada: - “Ah Catrechimbo hijueputa ¿es que comés mucha mierda en tu vida que ves la vida de los demás como una telenovela?”. La ofensa recibida no podía ser resuelta sino con la forma más cuerda de resolver conflictos que existía allí, nuestro ofendido cumpliendo las más hermosas reglas sociales (eso que la paz sea un derecho es otra mentira de la prostitución nacional) se dispuso a “sonar” al “malparidito” que se había atrevido a mirarle…
Por cosas del destino nuestro amigo transeúnte logró huir del lugar, sin embargo, su sorpresa por semejante acto de cordura ocasionado por el alcohol, le hizo preguntarse: “¿Quién se inventa estas convenciones sociales que le exigen a las personas caminar como caballos, solamente mirando al frente? Creo que con tanta proliferación de derechos no me había percatado de la existencia del derecho a no ser mirado”. Mientras continuaba su desprevenido camino, cuestionándose y pensando, sin previo aviso, soltó una carcajada… jajajajajajaja… estúpida esta gente cuerda que se inventa obligaciones sociales por cualquier bobada. Nuestro transeúnte seguía caminando y cayó en cuenta que el ser humano para este mundo tiene que estar atado como las mulas, solamente pendiente de su camino, andar siempre atado ya sea por la corbata en sus ratos de seriedad o el alcohol en sus ratos de demencia… aunque quizás todas las conductas del ser humano sean dementes, eso sí, siempre bajo la firme creencia de la “racionalidad”. Sin embargo, nuestro transeúnte se sentía pensando demasiado negativamente… sí, pobres mulas que no merecen tan horrible comparación.
Seguía caminando desprevenidamente cuando por simple desgracia abandonó sus pensamientos por un instante… Por error y por desgracia dejó caer una mirada, ni siquiera culposa, no puede sostenerse que concientemente: nuestro transeúnte había mirado a un POLICÍA. Esta vez no tuvo la misma suerte de ofender a un desprevenido ciudadano, había ofendido a los más fieles defensores del orden, del sistema.
El transeúnte fue detenido inmediatamente por tal infamia y se le mostró el contenido del artículo 23 del código de policía: “Quien mire irrespetuosamente a un oficial de policía será sometido a arresto de 2 días y multa de 3 smmlv.”. “Señor policía -insistió nuestro transeúnte- aunque considero que esa norma es absurda, creo que si somos realistas ni siquiera lo miré”. “Mire señor D. –habló el Policía con rudeza, pero sin perder nunca la buena educación- el código de policía es lo más hermoso que existe, es una falta de respeto total contra la obra de A., es por semejante guevonadita ya es usted infractor del código penal por irrespetar los símbolos patrios, y más le vale que no siga malparidito con esas ideas, porque gonorrea yo mando aquí, además dese cuenta hijueputa que yo vi lo que hizo al inocente que se encontraba parado en la esquina anterior, además acordate gran ¿?¿?!’2’!!?”?”? YO TENGO EL CONTROL...”.
Nuestro inculto transeúnte no tuvo más remedio que pasar un día de arresto, por turbar el orden público, simplemente por una MIRADA…
Daniel Toro Restrepo.
Medellín, 18 de junio de 2007. A las 12: 41 am
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